Tras la gestión de la peor crisis de la historia para el turismo, como fue la pandemia de Covid-19, la actividad se ha puesto de pie y avanza segura hacia un nuevo ciclo de crecimiento. Pero, por muy resiliente que se autoperciba, la industria viaja a bordo de un mundo que, lejos de tener el camino despejado, está plagado de riesgos para la estabilidad del orden hasta hoy conocido.
El turismo de cara a la gestión de riesgo global
En la idea de que cabalgar con anteojeras solo añade riesgo a la incertidumbre, en este informe haremos un repaso de los escenarios globales que delinean los expertos en lo inmediato y para la próxima década. Asimismo, trataremos de responder: ¿Cómo impactarían al turismo? ¿Cómo se posiciona Latinoamérica frente a ellos? ¿Cuáles son las oportunidades de gestionar los riesgos?
Las advertencias de los expertos
El Foro Económico Mundial consultó a 1.200 expertos en gestión de riesgos y empresarios de todo el mundo, quienes plantearon los escenarios posibles y llamaron a prepararse colectivamente para el próximo trance como una forma de avanzar hacia un mundo más estable.
“La próxima década se caracterizará por las crisis ambientales y sociales, impulsadas por tendencias geopolíticas y económicas subyacentes. Una era de bajo crecimiento y baja inversión socava aún más la resiliencia y capacidad de manejar futuros choques”, planteó Saadia Zahidi, directora general del Foro, en la reunión anual de enero pasado en Davos, donde se presentó la Encuesta Mundial de Percepción de Riesgos 2023. "El mundo se encuentra hoy en un punto de inflexión crítico. El gran número de crisis en curso exige una acción colectiva audaz", advirtieron.
Los riesgos globales a corto plazo
Aunque muchas de las previsiones que se hicieron en el Foro de Davos suenen distópicas, lo cierto es que el lector podrá reconocer muchos de esos efectos en las crónicas internacionales que aisladamente semana a semana van ganando lugar en los portales de noticias.
“A medida que comienza 2023, el mundo enfrenta una serie de riesgos que se sienten completamente nuevos y extrañamente familiares”, señala el informe, que apunta a un retorno de fenómenos “antiguos”: inflación, crisis del costo de vida, guerras comerciales, salida de capitales de los mercados emergentes, disturbios sociales generalizados y geopolítica de confrontación.
Al mismo tiempo, eso está siendo amplificado por nuevos riesgos, que los líderes empresariales y gestores públicos de esta generación no habían experimentado hasta ahora: insostenibles niveles de deuda, una nueva era de bajo crecimiento, baja inversión, desglobalización y disminución en el desarrollo humano, tras décadas de progreso rápido y sin restricciones. Todo ello bajo la presión del cambio climático y la impostergable transición hacia una economía sostenible. “Juntas, estas amenazas están convergiendo para dar forma a una década incierta y turbulenta”, manifestó el Foro.
Economía, un elefante en la cristalería
Claramente la economía, con su derivado de “crisis de costo de vida”, es la principal preocupación para los próximos dos años a nivel global. Sin embargo, los últimos datos de inflación en Estados Unidos y Europa están mostrando una pausada desaceleración y el pico más alto en las últimas cuatro décadas parecería haber quedado atrás en 2022. Pero esto último sería una lectura simplista, que obviaría la interconexión entre los efectos de una economía que avanza como un elefante en una cristalería.
Veamos. Para gobiernos y bancos centrales la inflación en 2022 era un efecto “controlable” de las políticas expansivas implementadas durante el Covid para evitar un colapso social masivo. Sin embargo, conforme transcurría el año, el conflicto en Ucrania convirtió a los alimentos y a la energía en botín de guerra y los precios se dispararon. Esto llevó a que el 90% de los bancos centrales subieran los tipos de interés para enfriar la economía e intentar un aterrizaje suave.
Aun si lograran su cometido y evitaran una estanflación, lo cierto es que se acabó una era de deuda barata para gobiernos, empresas e individuos, con severos efectos para los Estados más frágiles. La proporción de países en alto riesgo de sobreendeudamiento se ha duplicado desde los niveles de 2015. Y el miedo es que ese problema de liquidez reste armas para contener el impacto social de una eventual recesión y crisis alimentaria, estimulando el descontento y la polarización e inestabilidad política ya perceptible en todo el mundo.
A raíz del alza en los precios del combustible, solo en 2022 hubo protestas y huelgas, en algunos casos violentas y con consecuencias políticas, en 92 países. No casualmente, la erosión social y la polarización política son vistas como el quinto mayor riesgo a nivel global para los próximos dos años, según los expertos.
La desaceleración del crecimiento en 2023 según el FMI
¿Una década de policrisis?
Una advertencia interesante que hizo el Foro Económico Mundial es respecto a la naturaleza interconectada de los riesgos, no solo entre áreas sino también temporalmente. Es decir, se puede incurrir en la mala praxis de poner todo el foco en atender las emergencias inminentes en detrimento de las percibidas como a más largo plazo.
Eso fue efectivamente lo que pasó con la actual crisis energética, que causó un retroceso de los esfuerzos para mitigar el cambio climático en el largo plazo. El espejismo durante la pandemia fue confundir la menor demanda de combustibles fósiles por el confinamiento con un avance en la transición energética. La guerra en Ucrania no hizo más que dejar en claro que, cerrada la importación de gas ruso, la alternativa a la cual se recurrió fue, lejos de reducirlo, ampliar el uso de combustibles fósiles.
El cuadro de mando de mitigación climática del Zúrich Insurance Group hace un seguimiento de 12 indicadores que influyen en la mitigación, clasificándolos en evaluaciones anuales como rojo, amarillo o verde. Mientras que en 2021, cuatro de los 12 indicadores eran verdes y solo uno rojo, en 2022 ocurrió lo contrario: tres señales (subvenciones a los combustibles fósiles, emisiones de dióxido de carbono, y demanda y eficiencia energéticas) pasaron de verde a rojo. “La Unión Europea, por ejemplo, va camino a gastar más de 50 mil millones de euros este invierno en infraestructuras y suministros de combustibles fósiles. Se calcula que la demanda de carbón alcanzó su máximo histórico en 2022, desbaratando las esperanzas de que el anterior récord, logrado en 2013, no volviera a repetirse”, reconoció Peter Giger, director de Riesgos del Grupo Zurich.
“El clima y el desarrollo humano deben estar en el centro de las preocupaciones de los líderes mundiales, incluso mientras luchan contra las crisis actuales”, afirmó Saadia Zahidi.
Y es la naturaleza interconectada de estas crisis lo que el Informe de Riesgos Globales de este año señala como un peligro particular. "El mundo se encuentra hoy en un punto de inflexión crítico. Las crisis concurrentes, los riesgos profundamente interconectados y la erosión de la resiliencia están dando lugar al peligro de ‘policrisis’, donde crisis dispares interactúan de tal manera que el impacto global supera con creces la suma de cada parte”, advirtió el Foro Económico Mundial en Davos.
Los riesgos a largo plazo
En la visión a 10 años, por abrumadora mayoría, el riesgo saliente es el ambiental. De hecho, por primera vez en el ranking elaborado por el Foro esa preocupación se lleva los cuatro primeros puestos del top ten. Primero, la incapacidad para mitigar el cambio climático, seguido de la imposibilidad de adaptarse al mismo, luego el riesgo de desastres naturales y eventos climáticos extremos y, finalmente, la pérdida de biodiversidad y el colapso de los ecosistemas.
En cambio, los que a corto plazo son vistos como las principales emergencias quedan totalmente solapadas en el horizonte: la crisis del coste de la vida desaparece por completo de los 10 primeros puestos, mientras que la confrontación geoeconómica desciende hasta el 9º.
En este sentido, es muy impresionante la sensación de que los ambientales no solo son los riesgos más importantes, sino también para los que estamos menos preparados. El 70% de los expertos y empresarios consultados a nivel global consideran que las medidas existentes para prevenir o prepararse para el cambio climático son “ineficaces” o “altamente ineficaces”. Sin ir más lejos, para el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), la posibilidad de incumplir el objetivo de que la temperatura no suba más de 1,5° para 2030 ya se sitúa en el 50%. No casualmente el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, advirtió que esa meta hoy está en “cuidados intensivos”.
Los Estados se muestran impotentes a la hora de acordar mecanismos de financiación para inversiones en infraestructura verde, ni siquiera hay metas compartidas, marcos regulatorios sólidos o, al menos, acuerdo sobre qué constituye la adaptación. Y el mercado per se tampoco da la talla con mecanismos para manejar los shocks financieros que implica el cambio climático en una economía dependiente de la naturaleza. Por ejemplo, solo el 7% de las pérdidas económicas por eventos de inundación en mercados emergentes (el 31% en avanzados) han sido cubiertos por seguros en los últimos 20 años. El Foro entregó un dato aún más escalofriante: las aseguradoras están pensando en retirar parte de la cobertura ante catástrofes climáticas.
El impacto en la región y en el turismo
Es obvio que cada uno de los riesgos de los que venimos hablando, cuando se concretan, tienen impacto en la llegada de turistas al destino. Ya sean producto de la inestabilidad política, económica, social o ambiental, siempre la percepción de seguridad de un lugar es el elemento que condiciona con más preponderancia la elección por parte de los turistas.
Sobran los ejemplos recientes para demostrarlo, más aún en Latinoamérica. De hecho, la actividad turística en Perú está padeciendo el poder corrosivo de lo que aparentaba ser “una crisis política más” (las autoridades ya informaron una caída de las reservas del 60% para el primer semestre del año).
Pero el punto no es contar las pérdidas, sino entender que la incertidumbre es potencial, inconmensurable e incontrolable, pero el riesgo siempre es una consecuencia de decisiones humanas, y el que se convierta en una crisis disruptiva depende de cómo se gestione previamente esa amenaza potencial.
En Latinoamérica las señales con potencial desestabilizante están a la mano. “La desaceleración del crecimiento, la inflación elevada y la incertidumbre mundial implican que este año los niveles de vida disminuirán para mucha gente de la región y que habrá un mayor grado de ansiedad con respecto al futuro”, anticipó el Fondo Monetario Internacional en su revisión del pronóstico para 2023.
América Latina enfrenta un crecimiento más lento en medio de tensiones sociales
¿Es posible prevenir la próxima crisis?
La cantidad de literatura que responde positivamente a esa pregunta (inabarcable para este informe) es inversamente proporcional a las medidas que se están tomando para prevenir el próximo shock. Pero veamos algunos principios básicos planteados recientemente en Davos para prepararse para una era de concurrencia de amenazas:
- Fortalecer la identificación de riesgos y prevención.
- Recalibrar el valor presente de los riesgos a futuro. La sobrepriorización de los desafíos actuales puede derivar en un bucle fatal de continuos shocks globales.
- Invertir en preparación para riesgos multidimensionales.
- Fortalecer la cooperación intersectorial, nacional y multilateral para dar respuesta a las crisis.
¿Puede hacer algo el turismo de la región frente a semejante tarea por delante? Sí, por supuesto. A principios de 2020 se llevó a cabo el primer Congreso de Seguridad ALAS, en el cual se desarrolló un tanque de pensamiento específico para identificar riesgos que amenazan a la industria turística en América Latina. De allí surgieron dos recomendaciones muy claras para los Estados: garantizar el mantenimiento de la gobernabilidad y evitar la polarización política social, por lado; y darle la importancia merecida al turismo, elevándolo a la categoría de infraestructura crítica en cada Nación, por el otro. De cara al empresariado, se sugirió la identificación de los activos y áreas con mayores riesgos, la preparación de planes de emergencia para la continuidad de los negocios y gestionar la información de crisis.
Una oportunidad para Latinoamérica
La gestión del riesgo a largo plazo depende, como dijimos, de las decisiones que toman los humanos frente a potenciales amenazas. Eso implica que no solo se puede achicar el impacto negativo, sino que el manejo de la incertidumbre podría derivar hasta en tener resultados positivos.
Una representación paradigmática de esto es lo que haga América Latina frente al riesgo más disruptivo al que se enfrenta la humanidad: el cambio climático. Si nada cambia, la región deberá afrontar las consecuencias ambientales en una articulación explosiva con la incapacidad subyacente de sus gobiernos para cumplir con las expectativas sociales, económicas y políticas de sus ciudadanos.
Sin embargo, la región también tiene, a pesar de todas sus dificultades, recursos inestimables no solo para capear las olas de vientos económicos en contra, sino también para ayudar al mundo a construir una economía más sostenible y convertirse en parte de la solución a los desafíos globales. “América Latina tiene los alimentos y la energía que el mundo necesita. Cuenta con la biodiversidad imprescindible para contener la crisis climática. Es un socio seguro y fiable que no tiene interés ni capacidad para iniciar guerras internacionales. Esto la convierte en el paradigma del ‘apoyo de amigos’ (friend-shoring)”, analizó Mauricio Cárdenas, investigador del Centro de Política Energética Global de Columbia.
¿Cómo puede beneficiarse América Latina de una economía mundial más sostenible?
Durante su participación en Davos, el presidente colombiano, Gustavo Petro, planteó que esas potencialidades pueden generar que América Latina se beneficie de las inversiones directas extranjeras necesarias para hacer posible una integración basada en la producción de energías limpias, lo que aumentaría sus oportunidades de generar ingresos para impulsar su propio proceso de reindustrialización. Lo cual, obviamente, tendría un impacto social y de estabilidad política sensible de cara al futuro.
De más está decir el tremendo significado que tendría para el turismo una región más estable, integrada y en crecimiento, mientras que al mismo tiempo protege sus principales recursos: la naturaleza y sus comunidades locales.
¿Qué puede hacer ya una empresa turística?
Como queda claro en el informe, de cara a 2030 cuatro de los cinco principales riesgos para los países y las empresas están vinculados a lo ambiental. Si bien es cierto que el proceso de adaptación y mitigación en el sector turístico no puede ser tomado en forma aislada; hay medidas que pueden implementarse a nivel de empresas de viajes que influyan y aportan a una solución en un contexto más amplio.
No alcanza con los discursos, ni con un marketing verde disociado de la oferta real. De hecho, muchos expertos ya advierten que se corre el riesgo de comoditización del turismo sostenible.
Entonces, sabiendo que hoy el cliente va a premiar la transparencia: ¿Qué iniciativas prácticas se pueden tomar desde una empresa para -por ejemplo- eliminar, reducir, sustituir o compensar su huella de carbono?
Para los proveedores las medidas de mitigación pueden ir desde iniciativas de bajo costo, tales como el alumbrado de bajo consumo, hasta medidas que requieren mayores esfuerzos e inversiones, como la compra de vehículos más eficientes en cuanto a combustible o la redefinición de sus sistemas de energía.
Pero también los operadores turísticos pueden desempeñar un papel importante. Por ejemplo, a la hora de armar paquetes pueden incluir transporte eficiente en cuanto a su uso de energía, hoteles con compromisos ambientales y circuitos de bajas emisiones de carbono, sustituyendo viajes cortos en avión por trenes. Otro rol importante sería el de aumentar el tiempo promedio de permanencia en los destinos e incorporar el etiquetado sobre emisiones o fuentes de energía en sus paquetes para influenciar el comportamiento de los viajeros, dando al cliente la posibilidad de elegir entre productos bajos en emisiones de carbono o los clásicos.
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